martes, enero 27, 2004

Martes en la mañana. Pinche día. Mi coche no arrancó hoy. Si no hubiera sido por mi viejo quien salió al rescate y prestóme su nave, ahorita estaría dando vueltas buscando una batería nueva para mi coche. En fin. Hoy se antoja entonces leer algo de poesía dura, visceral, un poco adolescente en la vibra pero muy adulta en la composición. Aquí les dejo con un poema mío sin título, arriesgándome a desmerecer los demás (o quizás tratando de empaparme de su maestría por ósmosis) y con unos poemas del maestro Ricardo Castillo, de Guadajara. Mega-hiper-ultra recomiendo la lectura de su libro "El pobrecito señor X", uno de los mejores y más individualistas textos de poesía mexicana de los últimos tiempos. Y por último el padre de la vibra trastornada, don Carlos Baudelaire, nos explica los riesgos de enfurecerse (con los acreedores), nos define el odio, y nos aconseja a qué mujeres debemos buscar.

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Caigo rendido al sueño y se abren las cortinas de la muerte.
Es roja, y su brillo cardíaco instruye y reconforta en la desolación.
Pues de nada sirve gritar.
Los ojos se multiplican ante la expectativa de un milagro.
También los desastres, los recuerdos malheridos.
Las llagas hormiguean hasta formar árboles místicos.
Pero nadie cree nunca: fuimos sometidos tantos instantes,
Que terminamos prescribiendo conceptos como madre o fe.
A veces crece la luz como un tormento, como una pasión desfigurada.
Sí, la luz, ángel rebelde que corroe dientes y promesas.
Me arrastra tenazmente.
Pobre luz. No sabe que está muerta.
Mis experiencias quieren ser lastre, ancla y viento.
Y proclamo a los cuatro vientos que no estoy muerto.
“Escuchadme: ¡NO ESTOY MUERTO!”
Es inútil.
Pierdo peso desesperadamente.
Y de nada sirve gritar.


- Gerardo Alejos
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AUTOGOL

Nací en Guadalajara.
Mis primeros padres fueron Mamá Lupe y Papá Guille.
Crecí como un trébol de jardín,
como moneda de cinco centavos, como tortilla.
Crecí con la realidad desmentida en los riñones,
con cursilerías en el camarote del amor.
Mi mamá lloraba en los resquicios
con el encabronamiento a oscuras, con la violencia a tientas.
Mi papá se moría mirándome a los ojos,
muriéndose en la cama lenta de los años,
exigiéndole a la vida.
Y luego la ceguez de mi abuelo, los hermanos,
el desamparo sexual de mis primas,
el barrio en sombras
y luego yo, tan mirón, tan melodramático.
Jamás he servido para nada.
No he hecho sino cronometrar el aniquilamiento.
Como alguien me lo dijo una vez:
Valgo Madre.


- Ricardo Castillo
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EL POETA DEL JARDÍN.

Hace tiempo se me ocurrió
que tenía la obligación
como poeta consciente de lo que su trabajo debe ser,
poner un escritorio público
cobrando sólo el papel.
La idea no me dejaba dormir,
así que me instalé en el jardín del Santuario.

Sólo he tenido un cliente,
fue un hombre al que ojalá haya ayudado
a encontrar una solución mejor que el suicidio.
Tímido me dijo de golpe:
"señor poeta, haga un poema de un triste pendejo".
Su amargura me hizo hacer gestos.
Escribí:
"No hay tristes que sean pendejos"
y nos fuimos a emborrachar.


- Ricardo Castillo
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Consejos a los jóvenes literatos, de Charles Baudelaire (fragmentos)

(...) Un día, durante una lección de esgrima, un acreedor vino a molestarme; lo perseguí por toda la escalera a golpes de florete. Cuando regresé, el maestro de armas, un gigante pacífico que me habría tumbado a tierra con sólo soplarme, me dijo: "¡Cómo prodiga usted su antipatía!, ¡un poeta!, ¡un filósofo!, ¡bah!" Pues en verdad, yo había perdido el tiempo para hacer dos asaltos, estaba sofocado, avergonzado, y despreciado por un hombre más –el acreedor, a quien no había dañado gran cosa.

(...) En efecto, el odio es un líquido precioso, un veneno más caro que aquel de los Borgia –porque está hecho de nuestra sangre, nuestra salud, nuestro sueño, ¡y dos terceras partes de nuestro amor! ¡Es preciso ser avaro con él!

(...) Es porque todos los verdaderos literatos tienen horror de la literatura en algunos momentos, que yo no admito para ellos –almas nobles y libres, espíritus fatigados, que siempre tienen necesidad de descansar su séptimo día–, sino dos clases de mujeres posibles: las muchachas, o las mujeres salvajes, el amor o la brasa ardiente. Hermanos, ¿es necesario explicar las razones?

Charles Baudelaire