En el siglo XIX, Hölderlin, en su poema "Pan y vino", de cara al desalojo que el racionalismo hacía del misterio de la existencia, se preguntaba: "¿Para qué sirve la poesía en tiempos de miseria?" Había que esperar a que los monstruos de la razón llegaran hasta Auschwitz para que la pregunta fuera respondida por Adorno con una insoportable amargura: "Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie." Si Hölderlin había encontrado en su siglo que los dioses se habían ocultado y la belleza —su presencia entre nosotros— se había desvanecido en la noche, después del nazismo, de la reducción del hombre a una pura instrumentalidad, de la llaga del genocidio, de la muerte de Dios y del elogio de la técnica sobre lo humano, la poesía se había vuelto tan hueca como una campana sin badajo. ¿Qué podía nombrar, si el sentido de la lengua, invadido por el horror y el vacío racionalista, había sido aniquilado? ¿Había sentido más allá del horror?
Paul Celan entendió esta realidad, pero entendió también, como Hölderlin, que no obstante la oscuridad, el vacío, el despoblamiento de lo divino en el mundo, el sentido existía en el fondo de la poesía. Toda su tarea poética no fue otra cosa que la purificación de la lengua que los asesinos habían aniquilado junto con sus víctimas. Ahí, donde todo clamaba la ausencia, en el mismo lugar del horror y las sombras, Celan buscaba un "Meridiano", un sitio luminoso al cual se podía acceder no ampliando el arte, sino constriñéndolo a su más estrecha "angostura": "Ve con el arte a tu más propia angostura", escribió en su discurso "El Meridiano". A través de esa "angostura" —hacia "lo más extraño"—, a través de la violentación del lenguaje que toda angostura exige, el poema —"senda de una voz hacia un tú que percibe [...] una especie de retorno a casa"— "habla en nombre de la causa de eso Otro, quién sabe si de un Otro, totalmente Otro". Ahí, donde el horror de la técnica destruyó el lugar del sentido y produjo la ausencia, el poema, llevado a su última angostura, descubre al Otro que desde ahí ilumina con una tenue luz. Semejante a la resurrección de Cristo, que sucede en la noche donde el sentido está muerto, el poema, en su larga travesía por la nada, descubre a ese Otro que es imposible nombrar, pero que se dice como un tú indefinible y profundamente humano y trascendente en su ausencia. El verdadero nombre de Dios es "Tú".
La lección de Celan no ha muerto. Si el nazismo desapareció, no despareció su herencia. Enmascarado bajo el nombre de la democracia, de la manipulación genética, de los sistemas cibernéticos, del derecho humano, de la guerra por la libertad y la justicia, que encubre otros genocidios, el sentido sigue ausente. Quizá, como las consecuencias de Auschwitz lo anunciaban, más ausente que nunca. El lenguaje de la técnica es el lenguaje de la no significación. Creyendo equivocadamente ver que toda significación condujo al nazismo y al sovietismo, cuando en realidad esas ideologías —como bien lo vio Celan— ya lo habían asesinado en la lengua misma, nuestra época ha querido prescindir de cualquier sentido y ha puesto como único rango de referencia el deseo protegido por el derecho y todas las posibilidades que le da la técnica. Hoy la aniquilación no forma parte de un proyecto que busca abolir cualquier significación humana y divina, es la realidad misma. Ya no sabemos quiénes somos. La revolución cibernética, como lo señaló Baudrillard, conduce al hombre, ante la equivalencia del cerebro y del computer, a la pregunta crucial: ¿soy un hombre o una máquina?; la genética nos llevará a otra: ¿soy un hombre o un clon?; la sexual y las posibilidades técnicas del transexualismo a otra igual de angustiante: ¿soy un hombre o una mujer?; y la política, a otra no menos terrible: ¿soy un ser libre o una unidad administrada por las Matrix institucionalizadas? Frente a esto, el desafío del poeta y de la poesía es tan profundo como el que asumió Celan: ¿cómo hacer resonar el sentido en el lenguaje desecado y asesinado por la técnica moderna? ¿Cómo hacer escapar al poema de la estética vacía a la que esa técnica lo ha reducido? ¿Cómo hablar en nombre de la causa del Otro que campea en la ausencia? Volvamos a oír a Celan: a través de "la angostura", hacia aquello que se ha vuelto lo "más extraño".
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva y esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez.
- Publicado originalmente en el suplemento la Jornada Semanal del domingo pasado.