Wayne Shorter (y Maria Rita), 5 de febrero
Debo confesar que ya no aguantaba las ganas de escribir una reseña sobre estos conciertos.
Empecemos desde el principio. Aprovechando la coyuntura vacacional que planteaba el infamous carnaval de Mérida (infame por las razones planteadas abajo, en el post sobre el Festival de Jazz de Mérida), y con la sobada excusa de festejar mi cumpleaños número Primer Cuarto de Siglo, abordé un avión el sábado 5 de febrero y remontando la cruda llegué al DF al mediodía; me encontré con Santiago, luego con Armando y el Ferever, y continuamos la celebración toda la tarde con cervezas y humo de todas clases. Luego salimos para el Auditorio Nacional y ahí nos encontramos a Malena y a Pável.
El propósito del viaje fue ir a dos conciertos del Festival de Jazz de la Ciudad de México, en donde pude ver a los músicos mencionados en el título del presente post.
Primero vimos a María Rita. Es quizás inevitable comenzar con el lugar común y decir que es hija de Elis Regina y que es tan buena cantante (y tan guapa) como la genial Elis. Apareció acompañada de un cuarteto (teclado, contrabajo, batería, percusioes) y tocó varias rolas de su disco debut, entre ellas los hits “Cara valente”, “Nao vale la pena”, “Dos gardenias” y cerró enérgicamente con “A festa”, de Milton Nascimento. Maria Rita salió al escenario sin zapatos y demostró todo el tiempo una vibra cálida, sensual y profunda. Maravillosa.
Luego tocaron los Yellowjackets y, a pesar de los buenos solos de Bob Mintzer, debo confesar que el sonido ochenterísimo del sintetizador de Russell Ferrante y del sax electrónico de Mintzer literalmente me hicieron pasar el resto del concierto en el lobby, tomando unos whiskeys y platicando con Malena. A riesgo de sonar purista, yo fui a escuchar jazz.
Y ese deseo fue concedido con creces por el cuarteto de Wayne Shorter, gloria indiscutible de la historia del jazz, cuyo paso por bandas como los Jazz Messengers de Art Blakey, el segundo quinteto clasico de Miles o Weather Report sólo ha fortalecido su férrea individualidad y sonido propio. Ya sea al sax tenor o al soprano, la voz de Shorter refleja una integridad fuera de toda duda, un compromiso artístico genuino y una profunda inteligencia. La sección rítmica que lo acompaña es tan buena que resulta casi ridículo enumerar los nombres: el dominicano Danilo Pérez al piano, el ítaloamericano John Patitucci al contrabajo, y el afro americano Brian Blade en la batería. Tocaron cuatro piezas extensas (más un encore) cuya transformación interna era prueba del avasallador poder de la improvisación colectiva. No me apena decir que lloré de emoción allá por la segunda rola. Sin duda alguna, Shorter es la más grande figura del jazz que un servidor ha podido ver en vivo.
(originalmente escrito el 16 de febrero de 2005)