martes, mayo 25, 2004

Una joya literaria de Edith Villanueva Siles

Pues con este texto sorprendente les invito a leer el suplemento La Jornada Semanal de esta semana, que lleva como título "Ellas Cuentan" y que constituye un repaso a algunas de las voces claves de la literatura mexicana actual. Debo confesar que yo no conocía a esta escritora, llamada Edith Villanueva Siles, pero sin recato declaro que me he convertido en aficionado repentino a su prosa y a su estilo. Especialmente admiro la fluidez y coloquialidad de su lenguaje, y la profunda capacidad de introspección que destila. El suplemento también contiene textos de autoras como Rosa Beltrán, la fantástica Ana García Bergua, y la doctora en literatura Sara Poot, yucateca que labora en una universidad de California. Sin más preámbulo, les dejo con esta gema.

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"Seducción"


por Edith Villanueva Siles

Si algo he disfrutado en la vida es
el juego de la seducción.
Albayosa Jandy


Después de una larga pausa en mi vida amorosa, decidí aceptar la invitación de un hombre que apenas conocía. Lo vi en esa clase de brindis que se ofrece al término de la presentación de un libro, nada interesante encontré en él, excepto la insistencia con la que me miraba, parecía como si quisiera recordarme. Se acercó para preguntar mi opinión sobre el libro, le pedí que encendiera mi cigarrillo y dejé que él mismo contestara. Siempre ha funcionado, los hombres hacen preguntas porque desean ser escuchados y porque creen que su comentario es importante. Mientras que Jaime pronunciaba su monólogo, me dediqué a buscar la mirada del hombre que realmente me había atraído. Fingí que escuchaba con atención y cada vez que me deshacía del humo de mi cigarro, echaba la cabeza hacia atrás, creyendo que ese movimiento me daba estilo y me permitía no perder de vista el blanco de mi deseo.

En varias ocasiones Jaime interrumpió su monólogo para dar un vistazo a los invitados y saber quién era su rival, si es que las intenciones de su acercamiento eran las que sospechaba. Se sintió inseguro al ver que el hombre que atraía mi mirada con tanta fuerza era quince años menor que él, apuesto y distinguido. Jaime no perdió tiempo y me pidió mi número telefónico. Para no desperdiciar la posibilidad de tener un nuevo amigo, también grabé en mi teléfono su número y quedamos en llamarnos la siguiente semana. Me retiré del brindis no sin antes echarle un último vistazo al hombre que sí me gustó.

Acordamos vernos en Coyoacán, con suerte resolví el problema de que mi auto no circulaba aquel día, mi padre me prestó el suyo, no era una buena idea pedirle a Jaime que pasara por mí, no en la primera cita. Me sentí emocionada porque mi carrera amatoria empezaba de nuevo, después de todo él no era un mal candidato para empezar a poner a prueba mis nuevas estrategias. Esta vez estaba convencida de que la mezcla de una actitud seductora con inocencia y recato, funcionaría mucho mejor y si mi plan resultaba, prometía semanas de diversión y largas noches.

Decidí usar una blusa escotada como era mi costumbre, la diferencia ahora era que cubrí mis atributos con una mascada; de esa forma, si mi voz pausada y mi mirada insistente no funcionaban me descubriría el pecho para no dejar pasar la oportunidad.

Elegí la mesa menos alumbrada del restaurante para poder resaltar mis ojos con el fuego de mi cigarrillo. Jaime ordenó una botella de vino. Reconocí de inmediato que él también llevaba preparado su plan. Si la lectura de los extractos del libro que me leyó durante la velada no surtían ningún efecto, el vino lo haría por sí solo. Me dejé llevar por la noche y entregué mis oídos a los relatos eróticos que él eligió cuidadosamente. De inmediato me di cuenta que era un aficionado al sexo oral, con esa revelación yo tenía un punto a mi favor. Jaime sería muy fácil de manejar y podría usarlo bastante bien para mis gustos sexuales, quizás ese hombre no era lo que deseaba, pero podía divertirme al poner al descubierto sus fantasías.

Jaime tomó mi mano y me preguntó por qué aquella noche no lo dejé de mirar, pobre, por estar tan interesado en su monólogo, se confundió con el otro hombre. Para no desencantarlo y seguir con su juego de seductor que tanto me estaba divirtiendo le dije: me gustan tus ojos verdes, desde que te vi supe que eras un hombre interesante, un hombre en busca de la sensualidad y el erotismo. Cuando terminé de decirle suavemente lo que esperaba escuchar, tomó mi barbilla e intentó besarme. Yo dirigí mi boca hacia el lado opuesto e inmediatamente encendí un cigarro y le dije: me ruborizas y tu cercanía me pone nerviosa. Allí estaba mi mejor acierto de recato. Jaime sonrió triunfador porque en ese momento sintió que me tenía en sus manos y que su don de seductor empezaba a funcionar y sí que lo hacía, porque hasta yo misma me la creí. Me sentí contenta por mi actitud inocente, sólo me preocupó un poco la decepción que se llevaría en el momento en que le dijera que no deseaba estar en su cama, porque la plática estaba dirigida exactamente hacia esa dirección, pero me arriesgaría, un no también era parte de mi plan.

En la copa número cinco, sugerí que era hora de irnos. Jaime no paraba de repetir que estaba muy a gusto. Insistí argumentando que era tarde. Antes de retirarnos me declaró que deseaba tener una aventura erótica conmigo porque le gustó la forma en que lo miré la vez que intercambiamos nuestros números telefónicos. No me sorprendió su proposición, a sus años no contaba con el tiempo para invertirlo en el cortejo. Sugerí que debíamos conocernos más, pero Jaime aprovechó su prisa y obligó a que con la mano que no sujetaba mi cigarro frotara con fuerza su pito. Lejos de molestarme, me sorprendí porque esa acción estaba fuera de lugar, igual que su erección. Nada tenía qué hacer su verga en una cena romántica. Retiré mi mano y dije: esto no me hace sentir bien. Esa invitación que me hacía al ofrecerme su miembro no me seducía en lo más mínimo, por el contrario, me dejaba fuera del juego. Lo único que pude pensar fue que ese hombre llevaba mucho tiempo sin coger y no le importaba hacer el ridículo con tal de conseguir sexo.

Le sugerí que pidiera la cuenta. Al salir del restaurante abandoné mi actitud seductora. Jaime, como todo un caballero, me acompañó a mi auto. Me sentía agradecida y liberada de aquella situación tan fuera de lugar. Respirar el aire de la noche y saber que me liberaría muy pronto de aquella promesa de diversión, me hizo mantener una conversación agradable y cordial durante las tres cuadras que caminamos. Cuando nos acercábamos a mi auto apresuré el momento de la despedida, las llaves estaban ya en mis manos. Le agradecí la velada, él me pidió que lo acercara a su auto porque ahora se encontraba a unas seis cuadras de él. Me pareció que era sensata su petición y sin reparo alguno le abrí la puerta. En cuanto puse en marcha el auto me incorporé al arroyo vehicular, Jaime interrumpió mi atención cuando dijo: no sé qué me pasa, estoy muy excitado. Ni siquiera volteé a verlo porque estaba muy ocupada tratando de cargarme al carril izquierdo para dar vuelta. Él no paraba de repetir que estaba excitado. En el alto lo miré y sin saber cómo ni a qué hora había sacado su verga, sólo pude ver cómo brillaba el lubricante en el glande de su miembro muy disminuido. No supe qué hacer, el claxon del auto que venía detrás de mí me hizo reaccionar y avancé. Lo único que pude decirle era que no me gustaba que estuviera haciendo eso y mucho menos en el auto de mi padre. Él no entendió, no le importó lo que le decía y aprovechó que estábamos en movimiento para frotarse. Lo único que pude hacer fue seguir el camino que él me indicaba para llegar a su auto. Yo no sabía si debía darle un pañuelo desechable para que no manchara de semen el asiento o si debía poner el freno de mano en plena avenida y echarlo del auto, o chupársela para contener el semen en mi boca y para que dejara de repetir como un loco que estaba muy excitado y que se iba a venir. No podía permitir esa escena y mucho menos tener que limpiar el parabrisas y el asiento. Por fin me dijo que me detuviera porque su auto estaba allí. En cuanto me estacioné Jaime me miró a los ojos y un poco avergonzado cubrió el orificio de su verga y se vino, así nada más, sin siquiera un gemido de placer, un gesto, una sonrisa de satisfacción, sin nada, excepto con semen.

Sin retirar la mano de su glande se despidió y prometió llamar pronto. En cuanto se bajó aceleré porque lo único que deseaba era borrar esa imagen del auto de mi padre. A pesar de que hacía frío abrí la ventana para eliminar cualquier olor que Jaime hubiera podido dejar y durante todo el camino me repetí que en realidad yo no sabía nada de la seducción.


Tomado de: La Jornada Semanal núm. 481, domingo 23 de mayo de 2004

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