martes, junio 01, 2004

Un cuento de Edmundo Paz Soldán

A sugerencia de mi estimado amigo Santiago Canales, he empezado a sumergirme y volverme adicto a ciertos autores de la nueva literatura hispanoamericana; ya leímos al impresionante chileno Alberto Fuguet, hoy es el turno del no menos impresionante Edmundo Paz Soldán. Boliviano, profesor de literatura en Estados Unidos, treintañero, Paz Soldán ha recibido algunos de los más importantes premios del continente, incluído el Premio Juan Rulfo, quizás la más importante distinción mundial sobre el cuento breve. Les recomiendo ampliamente la lectura de sus cuentos "El rompecabezas", y "La frontera", de fácil búsqueda en Google. Paz Soldán, damas y caballeros.

* * * * *

La visita

por Edmundo Paz Soldán


El timbre sonó con delicadeza, como si la persona que lo hubiera tocado estuviera pidiendo disculpas por la interrupción. Gustavo se levantó de su asiento y se acercó a la puerta. Carolina le había pedido que no abriera sin preguntar de quién se trataba, New York está llena de locos, pero Gustavo no hizo caso al pedido. Un hombre de cuarenta y cinco a cincuenta años, moreno y de patillas, los ojos verdes y pequeños y un sobretodo gris, incongruente en la calurosa tarde de primavera, lo miró y le preguntó si podía pasar. Gustavo le dio paso, sin tiempo siquiera a sorprenderse por la pregunta.

El hombre caminó por el piso alfombrado del estudio. Sus ojos escudriñaban las paredes cubiertas de pósters del MOMA -Magritte y Kandinsky-, la cama suspendida del techo en un rincón, la escalera que colgaba de ésta. Se detuvo junto a la mesa y miró a la azulada pantalla de la iMac, los gráficos de la bolsa de valores que Gustavo analizaba para invertir en internet. Una canción de Creed en MP3 salía de los parlantes de la computadora.

Gustavo se preguntó si el hombre tenía algo que ver con el edificio. ¿Venía a medir el estudio para ver en cuánto subía el alquiler? ¿Y si el sobretodo escondía un revólver? Un asalto a mano armada, los titulares del New York Post estaban llenos de robos y violaciones a incautos que dejaban pasar a extraños a sus departamentos. Tosió. Debía haberle hecho caso a Carolina.

-Excuse me, but, could you tell me…
-Nice accent. Where are you from?
-Bolivia.
Se acercó a la mesa y bajó el volumen. Alzó la manzana que estaba comiendo. Era verde, como le gustaban a Carolina. Le dio un mordisco. Prefería las rojas.
-Hablo español. Un poquito -dijo el hombre, con un acento pronunciado-. Vivo un año en Costa Rica. Conozco Perú. Bolivia es como Perú, isn't it?
-Su hermana menor.
-Macchu Picchu, really. Muy hermoso. Los incas. Great civilization. Voy con mi esposa, long time ago. Prometemos volver, nunca volvemos.
-Suele ocurrir.

El hombre se acercó a la puerta corrediza de vidrio, que daba hacia un mínimo balcón. Un hueco entre los edificios que rodeaban el departamento permitía el ingreso de una luz diáfana, de primera mañana.

-Antes no hay balcón -continuó el hombre-. Gracias por dejarme pasar. Thanks, really. Yo vivo aquí fourteen years ago. Con mi mujer Louise y Anna Louise, mi hija de tres años. Quiero ver como está el apartamento. Ahora yo vivo en Wyoming. Primera vez que vuelvo a Manhattan.
-Ha debido cambiar mucho -dijo Gustavo, mirando de reojo su reloj. Cada minuto contaba en internet trading. Se construían fortunas y caían imperios a cada segundo de la marcha bursátil. Oracle, ¿habría subido? Unos puntos más, y vendería sus escasas acciones y ganaría algunos dólares. Y Carolina llegaría pronto del hospital, debía apagar la iMac, a ella no le gustaba que invirtiera en la bolsa, ¿quién te metió en la cabeza eso de querer hacerte rico de la noche a la mañana? Este país, respondía él. ¿Y qué quieres que haga, con tanto tiempo libre? Pronto ella terminaría su beca, volverían a Río Fugitivo, a otro ritmo, a otras ideas en la cabeza.
-Todo cambia mucho -dijo el hombre. Tenía la vista fija en la puerta corrediza-. Mi mujer… she killed herself last year.
-Lo siento -Gustavo se sintió algo tonto pronunciando esas palabras. Pero, ¿qué más decir? Se preocupó. ¿Había venido el hombre a arrojarse por el balcón? Dejó la manzana sobre la mesa-.
-Está bien, está bien… Hace catorce años, no hay balcón aquí. Sólo la puerta corrediza. Ella va una tarde al supermercado. Yo me quedo in charge de Anna Louise. Beautiful blond hair, like her mother. Green eyes, like me. ¿Usted tiene hijos?
-No.
-¿Quiere tenerlos?
-Por supuesto. Un hombrecito me encantaría.
-They say they're great. But there's nothing like a baby girl. You won't be a dad until you have a daughter.
Gustavo se preguntó por qué.
-Esa tarde trabajo, como usted. Todos trabajan mucho en New York. Anna Louise juega. Puedo verla, sonríe, está feliz, y escucho su voz, daddy, daddy long legs, she calls me. Esa tarde, el aire está pesado. Muy pesado. Abro un poco la puerta. That door.
Gustavo se fijó en la puerta corrediza.
-Vuelvo a trabajar -dijo el hombre-, y olvido cerrarla.

El tono era neutro, desapasionado. Gustavo se había preguntado muchas veces por los anteriores moradores del departamento. El tubo cilíndrico en las paredes, a la altura de la cintura, le había hecho pensar que una anterior inquilina pudo haber sido una bailarina de ballet (¿pósters de Degas en las paredes?). ¿Qué historias encerraba ese recinto? A veces, en las noches, se oían crujidos de los muebles, y Carolina inventaba, entre risas, un relato de un crimen cometido años atrás en ese departamento, de un alma intranquila que vagaba en pena por los cuartos y pasillos del piso nueve. A Gustavo no le parecía nada cómico, y le tapaba la boca para callarla. Carolina era así, se reía de lo trágico. Sería una buena doctora, en la sala de operaciones no se inmutaría al ver a un paciente desangrarse y expirar en sus brazos. ¿Qué hubiera dicho de la historia del hombre?

-Bajo corriendo. One floor, two floors, three floors… The elevator, I didn't even thing about taking it, I don't know why. Pienso que puedo llegar más rápido corriendo. Pero no quiero llegar. Veo desde la puerta mucha gente que se acerca. Me acerco. I can't stop. No puedo. Sigo caminando. Me alejo de la gente, desaparezco. Camino por Manhattan toda la tarde. Entro al subway. Línea 2, from beginning to end, back and forth. No puedo volver, no quiero volver. No quiero ver a mi hija en la calle.

Gustavo sintió deseos de abrir la puerta corrediza, asomarse al balcón, ver a la gente y los taxis cruzando la calle Setenta, quizás los rescoldos incorpóreos de una escena ocurrida catorce años atrás. No lo haría: el vértigo le atenazaría el cuello, como aquella vez en Río Fugitivo, besándose con Carolina en la azotea de un edificio abandonado, el pretil que estaba tan cerca, y, borrachos, la apuesta de sacar por el borde la mitad del cuerpo y mantener la mirada hacia abajo durante cinco minutos. No había durado ni treinta segundos. Una vez más, Carolina había ganado.

-Mi esposa en shock, con doctores. To make a long story short, regresamos a Wyoming, para el funeral. No podemos volver a New York. Juicio al edificio. Los abogados prometen que ganamos, pero perdemos. Oh well. Who cares? Nada es lo mismo. Vivo con guilt… ¿cómo se dice?
-Culpa.
-Vivo con culpa todos los días. Muchas veces pienso que no sobrevivo, ése es the last day. However, aquí estoy. Es mi responsabilidad. Pero Louise no puede. She retreats into her own world. Writes poems to her daughter. Every day. Keeps the ashes in a box, by her bed. Su hija, dice. No nuestra hija, nunca más. Nunca más. And then, one night. Valiums, muchos valiums.

Gustavo se quedó callado. Quiso que llegara Carolina. Ella siempre tenía las palabras adecuadas para cada ocasión. Percibió una gran mancha roja en el cuello del hombre. Debía ser una marca de nacimiento.
-Debe de ser muy duro para usted -dijo.
-No duermo bien. Juego billar en las tardes, solo. Vivo en diferentes hoteles. Holiday Inn, Best Western… Veo televisión toda la noche. Black and white movies, mostly. El domingo pasado, veo Paths of Glory.
-Gran película. La escena del fusilamiento es increíble. Kubrick es un genio.
-Indeed.

El hombre volvió a agradecerle a Gustavo la gentileza. Se alisó las patillas. Su mirada se perdió por un rato más en la puerta corrediza. Deambuló por el estudio, se acercó a la escalera y se ensució las manos con polvo. Quiso volver hacia el balcón, pero se detuvo a medio camino. Luego, se despidió y se fue.

Gustavo se sentó frente a la iMac. Subió el volumen de la música. Lo bajó. Oracle había ganado unos puntos. Vendió las acciones y apagó la computadora. Se quedó sentado mirando la pantalla apagada. No quería darse la vuelta y mirar hacia la puerta corrediza. Quería darle la espalda a la ciudad hasta que la noche lo sorprendiera.

Carolina le hablaría de bebés esa noche. Ese era su tema últimamente. Quería que apenas volvieran a Río Fugitivo se dedicaran en serio a buscar un hijo. ¿Te imaginas, un hijo nuestro? ¿Con tu sonrisa y mi mirada? El reloj biológico, ¿cómo evadirlo?

Pero, ¿cuál era el problema? No debía preocuparse. Un accidente como ese le ocurría a uno en un… ¿millón? Más, mucho más. El cálculo de probabilidades, tan útil para el daytrading, debía servirle ahora.

En la pantalla apagada de la iMac, un hombre le daba la espalda a Gustavo en la habitación de un hotel, y miraba en su televisor una película en blanco y negro. Gustavo se concentró en la pantalla del televisor, y pudo ver, aliviado, que la película era Paths of Glory. Se concentró en el hombre y quiso ver su rostro, asegurarse de que tenía patillas y ojos verdes, de que había una marca de nacimiento en el cuello.
Se desesperó: no podía verle el rostro.

Carolina lo descubrió con la cara pegada a la iMac, tratando, acaso, de ingresar a esa habitación de hotel, de ver de frente lo que sólo podía ver de espaldas.

© Edmundo Paz Soldán 2003