Finalmente, si todo está dispuesto, se trata de que te vistas toda de encarnado, desde tu más secreta piel. De que te calces de carmín, adornes con rosas tus cabellos, te envuelvas en ¿seda, lana, gasa, terciopelo? color de bugambilia, de granada, de tu sangre... De que te cubras de escarlatas con esmero, con recato tan concienzudo que apenas te adivines. El juego es, en la penumbra encantada, a la luz de las velas que pintan de carmines las sombras vacilantes, sin decir una palabra, morderte los labios y la lengua, doblegar la columna de tu cuerpo, hacer a un lado los cendales, separar los pliegues, descorrer los cierres, de-sa-tar los lazos, alzar la tela, conocer el calosfrío que te eriza los hombros y los pezones, vencer los últimos pudores, dejarte al cuello la séptuple sarta de perlas, corales y granates, y probar hasta el gemido más oculto, el más profundo escarlata de tu carne.
- Un texto de Felipe Garrido, en la columna "Mentiras transparentes" de La Jornada Semanal.