"Porque parece mentira la verdad nunca se sabe", decía recientemente el título de una novela del escritor regiomontano Daniel Sada, y aunque parezca mentira debo confesar la sorprendente verdad de que tras aproximadamente 8 (ocho, y largos) años de usar barba —cabe quizás recordar que vuestro malverdístico servidor vivió por primera vez la experiencia de dejarse crecer las barbas el verano de 1998, en el segundo año de la universidad, mientras tomaba un diplomado en derecho canónico en el DF, y que hasta la fecha sólo ha perdido por completo la barba una sola vez, a mediados del año 2002, tras concluir el curso cinematográfico de nuestro amigo Mario Helguera—, nunca antes había usado una máquina rasuradora para despuntarme la barba hasta el sublime día de hoy, martes 18 de abril de 2006. Y señores, he quedado convencido.
Desde las 3:45 de la tarde soy propietario de un modelo de rasuradora marca Wahl, muy parecido al que figura en la imagen que acompaña la presente égloga, adquirida por la módica suma de $270 pesos. Y tras haberla utilizado esta tarde, no puedo parar de pronunciar loas y exclamaciones de gusto, júbilo y alegría desenfrenadas. ¿Por qué esperé tanto tiempo para asumir la tecnología? Una de tantas preguntas que sólo el tiempo y la filosofía podrán responder. Mi querida amiga Carolina solía mofarse de mí por no tener DVD y, naturalmente, la primera noche que tuve un reproductor de DVD en mi cuarto me hice la misma pregunta que hace unas líneas. No hay que tenerle miedo al progreso, diría mi abuelito mientras extiende la mano sosteniendo un vaso de ron Bacardí con agua y coca, esperando a que alguien le obsequie unos cuantos cubos de hielo para soportar el calor que nos desespera y sin embargo proporciona un sentido común de la existencia.
En fin. No cabe más que exhortar / invitar / instar / apremiar y recomendar a todos mis amigos que usan barba (de los que me vienen a la mente, Anwar, Jorge Carlos, el Negro Canto, ocasionalmente Santiago, Enrique, Gilberto y Armando) a que venzan los paradigmas del pasado que nos atan y manipulan inconsciente o conscientemente, y que al igual que yo asuman las maravillas que nos ofrece ese triste fenómeno conocido como desarrollo industrial capitalista en materia de aseo facial masculino.
Olvidad las ideologías por un instante. Me has alegrado el día, querida rasuradora.